El Salvador era considerado en los años 70 el Japón de Centroamérica por su empuje económico, su desarrollo industrial y el emprendedurismo de su gente. El país iba muy por delante de los vecinos centroamericanos.

Para muestra un botón: Texas Instruments, uno de los gigantes mundiales del diseño y la fabricación de semiconductores, dispositivos electrónicos y otros productos de alta tecnología, tenía instaladas dos plantas de producción en El Salvador y la imagen del país era tan positiva que se llegó a celebrar aquí el certamen de belleza de Miss Universo en 1975, con la participación de representantes de 71 naciones y territorios. Don Roberto Poma, el reconocido empresario salvadoreño, fue el gran impulsor de ese certamen desde su puesto como ministro de Turismo. Dos años después sería secuestrado y asesinado por guerrilleros izquierdistas.

Tristemente, desde 1979 dejamos de ser el Japón de Centroamérica y la ola de secuestros de empresarios incluyó el asesinato de un industrial japonés, lo que hizo que ese país retirara sus inversiones en el país por décadas. La guerra de los 80 nos convirtió en el Vietnam de Centroamérica y el resto de la pesadilla ya la conocemos.

Desde la firma de los Acuerdos de Paz, en medio de todos los errores de esta transición democrática, El Salvador ha fortalecido su institucionalidad democrática y ha tenido ocho elecciones presidenciales libres consecutivas, algo que no muchos de los vecinos centroamericanos -e incluso México- puede presumir mucho. Pero parece que El Salvador ha vivido etapas de “Un pasito pa’delante y un pasito p’atrás” en su historia.

No tenemos ni tiempo ni probablemente será difícil otra oportunidad para avanzar hacia el desarrollo. Pero cuidado con dar un pasito -o un pasote- p’atrás.